Saint Exupéry y un lindo día para volar


Vuelo por trabajo de Bariloche a Buenos Aires. Tripulación de cabina, puertas en automático, cross check y reportar. Antes de guardar la mochila saco mis libros, dos de Saint Exupéry: El principito y Tierra de hombres.

Hojeo El principito sólo para comprobar si mi infancia sigue intacta y me asusta ese dibujo de una boa digiriendo un elefante que las “personas grandes” confunden con un simple sombrero.
Despegamos y desde la Torre autorizan al capitán un vuelo de cortesía: en vez del giro mezquino rumbo a Neuquén sobrevolamos el Nahuel Huapi, rodeamos la Isla Victoria. Antes de virar al Norte nos despide el brillo imponente del monte Tronador.
Guardo El principito y abro Tierra de hombres. Saint Exupéry ostenta esa virtud de los clásicos: puede deslumbrarnos con un libro a nuestros ocho años y con otro a los treinta. Es injusto que la historia o las listas de best sellers lo hayan relegado a las colecciones infantiles. Pienso que no es casual, para los burócratas de “la vieja oficina donde se hunde la vida de un hombre” las pasiones y valores que celebra este libro son pavadas. Aquello que sacude el statu quo y “mezcla al hombre con todos los viejos problemas” les parece un signo de inmadurez. El Principito les ha dado la excusa perfecta para encasillar a su autor: habla de aviones, asteroides y aventuras; escribe para chicos. Prefieren a Maquiavelo en su mesita de luz.
Nuestro Airbus A320 alcanza altura de crucero. A veinte mil pies dejamos atrás, allá abajo, inofensivas nubes de tormenta.
Saint Exupéry nació con el siglo XX, voló por primera vez a los doce años y en 1926 obtuvo su licencia. En esa época no podían sobrevolar la belleza letal de las tempestades, la enfrentaban cara a cara. Los pioneros vuelos nocturnos eran a tientas, con el horizonte esquivo confundiendo constelaciones y pueblos, cielos y mares. ¿Aquello es una estrella o un faro?
Pero volaban, y los correos descubrían la línea recta, su ventaja definitiva sobre barcos, trenes y automóviles. Los desafíos en las rutas del norte de África inspiran al escritor, a cada escala (por averías o convalecencias) corresponde una etapa de su producción literaria.
Poco después queda a cargo de la línea de la Patagonia. “Siempre he tenido ante mis ojos la imagen de mi primera noche de vuelo en la Argentina…”, describe, acaso cruzando la misma llanura pampeana que atardece en mi ventanilla. ¿Cómo no sentirlo compatriota?
En 1931 se casa y abandona los cielos del Sur. Años más tarde, piloto de pruebas, se arriesga a la caza de récords. Termina accidentándose en 1938, y mientras se recupera en Nueva York compila en Tierra de hombres varios de sus artículos.
La azafata me distrae, nos ofrece un refrigerio. La chica que viaja al lado mío pide un agua saborizada. Busco el capítulo “En el centro del desierto”. Saint Exupéry y Prévot aterrizan de emergencia en ese laberinto que es el Sahara. Los apremia la sed y descubren que un fino rocío cubre el fuselaje, lo recogen con trapos pero lo vomitan: agua mezclada con hollín del motor.
Durante la Segunda Guerra Mundial, a pesar de sus lesiones Saint Exupéry insistió para que los aliados lo aceptaran en servicio hasta que el 31 de julio de 1944 su Lightning P38 cayó en las costas de Marsella. O al menos eso determinan los peritos que hace apenas unos pocos años dieron con su avión sumergido, y Horst Rippert que afirma haberlo derribado.
Mi vuelo inicia la aproximación. La bruma se disipa y abajo emerge Buenos Aires en todo su esplendor nocturno. Las luces de mercurio la vuelven una ciudad de oro líquido. Tripulación de cabina, prontos a descender.
Guardo Tierra de hombres, me acomodo en el asiento. Me gusta imaginar un final alternativo para la biografía. Parafraseando un cuento de Bioy, ese día Saint Exupéry despegó de Córcega pero no fue abatido, terminó su misión y aterrizó en un universo paralelo. O en un asteroide, quién sabe.


 Diseño Leandro Moya para Literofilia

 "Saint Exupéry y un lindo día para volar" fue publicado el domingo 11 de noviembre de 2012 en el suplemento Cultura de Diario Perfil con producción de Yamila Scala e ilustración de Marta Toledo.
También fue reproducido en la Revista Literofilia.